lunes, noviembre 05, 2007

Triste viaje

Sabía que ocurriría, que quedaba poco tiempo, sin embargo, siempre había alguna excusa por la qué no ir. Siempre decía: "bah, la próxima semana". Pero el tiempo no es eterno y la gente no espera siempre. Hasta que un día recibí la llamada de mi madre. Y ya supe que era demasiado tarde. Así que preparar las maletas y viajar a toda prisa para poder al menos verla respirar, ya no hablaba, no abría los ojos, no sentía nada y estaba completamente sedada. Eso no quitó que le diese muchos besos y le apretase la mano el poco rato que estuve con ella. Bajamos un segundo a la calle, volvimos a subir y mientras a su alrededor se hablaba sobre quién se iba a quedar aquella noche, yo sabía que no iba a hacer falta. La gente hablaba y yo fui el único que vi como mi abuela dejaba de respirar. Fue como si me hubiese dicho algo y sentí que ella fue consciente en algún momento de que yo estaba allí. Al minuto llegó la enfermera que iba a medir sus constantes y le dijo a todo el mundo lo que yo ya sabía. Nos dijeron que saliésemos. Salimos. Allí abracé a mi madre que se había puesto a llorar y cuando todo el mundo parecía que estaba algo más tranquilo, me fuí por el pasillo. Mi madre me preguntó que a donde iba y yo levanté la mano en un gesto que decía que daba igual. Encontré una pequeña habitación oscura y vacía que parecía una sala de espera. Y allí, de pie en una esquina al lado de la ventana, lloré y lloré, creo con más pena de la que nunca he podido derramar. No sé cuanto tiempo pasé en aquella sala, pero tras secarme las lágrinas, volví por el camino que había tomado. La gente estaba en la puerta de la habitación de mi abuela, parecían todos más calmados ya. Entré en la habitación, me acerqué al cuerpo de mi abuela y le di un abrazo muy fuerte que llegó demasiado tarde.

Te quiero, abuela


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